miércoles, 27 de julio de 2011

Dos que tres mensonerías

Una sociedad secreta que solo existe 
en la imaginación colectiva 
es tan importante como la que responde 
a una realidad específica. 
Jean Robin.
                                                                                                    
El nacimiento de una sociedad secreta pretende satisfacer necesidades de orden mítico y reflejar, en nuestro aquí y ahora cambiante e ilusorio, un más allá inmutable. El aspecto tenebroso que suele adjudicársele a una agrupación de esta índole, depende del inconsciente colectivo, pero en los países que profesan la fe católica, donde la masonería ejerce una enorme fascinación en las altas jerarquías sacerdotales, la noción de que es pecado militar en ella, entra en conflicto con la idea de que no se puede progresar en lo económico y lo social si no se busca la pertenencia al grupo adecuado.


De acuerdo con Jean Robin, hay dos tipos de masonería: una auténtica y realmente liberal y otra creada por las altas jerarquías católicas para preservar su poder, luego entonces, las sociedades secretas católicas se formaron con fines teocráticos,  hegemónicos y excluyentes. En ellas no puede estar nadie cuyas vidas, conductas y profesiones se encuentren fuera de los cánones de moral dictados por el Vaticano. Son poderosísimas, al grado que en ciudades enteras han creado entornos culpígenos, que son causa de que la gente busque, a toda costa, negar y omitir para dar la apariencia, donde la única certeza que se tiene es que en cualquier descuido, se recibirá maldad de la gente.
         
En la época del gran furor esotérico, es decir a finales del siglo XIX y principios del XX, gobernaba en México Porfirio Díaz, todo estaba afrancesado y es muy probable que las sociedades secretas mexicanas de aquellos años, católicas o no, hayan recibido la influencia de grupos como “El Abetal”, de maestros como René Guénon, mentor de Jean Robin.
         
A pesar de que ya se le había dado muerte a Maximiliano, de que Ignacio Zaragoza había ganado la batalla del 5 de Mayo y la Guerra de los Pasteles había quedado en el bote de la basura, Francia y lo francés continuaban vivitos y coleando en los corazones de México y los mexicanos.
         
Creo que la causa por la que es tan inquietante la idea de una sociedad secreta, radica en la imaginería popular. Una de las fantasías que circulan  consiste en pensar que al aspirante se le dice que el contacto con el grupo no lo hará rico ni poderoso y, sin embargo, los antiguos, a medida que van subiendo de grado, obtienen riqueza y poder.
         
No se puede negar la influencia de estas asociaciones aún entre los que no pertenecemos a ellas, ¿cuántas personas no van por la vida diciendo que no quieren o que no les interesa precisamente aquello que andan buscando y a lo que dedican todos sus esfuerzos?
         
Las sociedades secretas han existido desde tiempos remotos porque, para las clases que detentan el poder económico y político, ha sido imperativo ejercer un control sobre la gente, a veces, incluso, sobre reyes y señores feudales. El motivo que las ha gestado es buscar la eficacia en los medios de control que se vayan inventando. Su verdadero papel es el de guardianas del ascenso social, encargarse de frenar o permitir el paso de quienes convenga.
         
De los libros que hablan de ellas se desprende que, cuando es posible decir algo con conocimiento de causa, es porque el grupo reseñado fracasó en la misión que le fue encomendada; no se percibe una intención de desenmascarar para destruir, sino nada más medio explicar cómo están hechas la trama y la urdimbre, y que cada lector vea, o se imagine, en qué sitio está parado, pues el mundo heredó, en todas las actividades, la forma de ser y comportarse de una suciedad excreta.