Buenas
noches, -dijo, echando hacia atrás la blonda melena, enfundada en aquel vestido
negro, escotado, con elegantes mitenes. La boquilla larga se posaba de vez en
cuando en los labios estrictamente delineados en rojo, y al calor del tabaco,
entornaba los párpados azules de rizadas y abundantes pestañas. Estaba
increíblemente hermosa.
Me
llamo Adrián, pero me pueden decir Agriana. Esta es mi primera noche en mi
nuevo estado. He llegado a la meta: por fin tengo una cara qué pintar, unas
piernas qué enseñar, y unas nalgas qué prestar. Es maravilloso ser la
encarnación de una mariguanada colectiva: la mujer siempre depuesta, ¡perdón!
dispuesta, que no envejece, no se enoja, no se embaraza, no nada, porque es
recatada. Realmente, es estratégico tener la posibilidad de presumir de Power Ranger y al mismo tiempo, desmayarme o echarme a
llorar por cualquier cosita. Es lo más padre de la liberación femenina.
Cuando
era Adrián, tenía miedo de quedarme calva, ¡ahora, hasta me pongo mis moños de
vez en cuando! De chiquito, mi papá quería que fuera luchador de zumo: ahora voy a ser multípara: estoy juntando
para ponerme un horno de microondas o ya de perdis un hoyo Express, y tener los bebés en nueve minutos, no
como esas pinches antiguallas que se tardan nueve meses, ¡con razón hasta el
trabajo les quitan! La vida es así, -chasqueó los dedos- rapidito y de buen
modo, ¡flojitas y cooperando, nunca será suficiente!
Todavía
la semana pasada, no podía quitarme el saco en el metro porque me confundían
con ratero: ahora, todo mundo me quiere esculcar. Antes, era sólo la parte
inservible de un pene, mataba el tiempo jugando dominó con mis amigos y me
lavaba el cerebro leyendo Playboy;
ahora lo sacrifico, leo con fruición Bárbara Cartland y puedo ser monja, casada, virgen y mártir, según conveniencia; la de él,
no la mía.
A
él lo conocí hace dos años, tenía una novia que resultó casada. No sabía que yo
era el sancho hasta que él apareció y pasé a ser la otra. En ese momento,
decidí mandar mi historia a Marie Claire,
para ver si me iba a París de Luna de Miel.
Mientras me imaginaba en las primeras páginas del jet set, me propuse usar Playtex con orgullo y hacer votos de obediencia, pobreza y castidad: no cumplir
promesas, ni deberes, ni años; no tener hijos, ni amigas, ni dinero; no contar
chismes ni contar con nadie, hasta que él me dé la certeza de que el mundo
puede cambiar.
Valió
la pena: ahora he podido encontrar el sentido contrario de la vida: con él he
conocido lo voluptuoso de tenderme cuan larga; con su ex me tendía, pero más
bien como bandido.
¿Saben?
En otro tiempo, era chapado a la antigua: me escarbaban tantito y salía todo el
cobre. Ahora soy una mujer liberada; en las mañanas, transito por el mundo del
trabajo bien vestido, mal pagado, trashambrido y maquillado. Por la noche,
pulverizo una píldora anticonceptiva con las rodillas en lugar de tomármela y
hasta sueño con llegar a ser violado por un ovni Ya no hay príncipes azules y además, con esta facha, como no sea un
marciano, nadie más se va a fijar en mí. Yo quería operarme en Houston, pero
sólo hubo dinero para el Seguro Social. Me
tengo que conformar con parecer Marilyn Monroe si
hubiera llegado a vieja.
En
fin, ahora que ya dejé los riesgos del Prestobarba, que logré sacarle la vuelta al cáncer de próstata y no tendré que hacerme ninguna mamografía, que puedo despernancarme igual
con falda que con pantalón, he decidido hacer obras de caridad: levantar del
arrollo a todas esas fans de la marginación, convencerlas de que la mujer no
nace, se hace...
No
pronunció la palabra “Buey”, pero la dio a entender balanceando las manos a los
lados de su cara, y sacó la lengua como si fuera un niño con síndrome de Down; el delicado manicure de sus uñas nacaradas
le agregaba obscenidad a la seña.
Quiero
persuadirlas para que vayan a sus casas a darles de comer a sus bebés con
gotero o con embudo, que empiecen a formar gente entrenada en las diferentes
modalidades del tehuacanazo:
gente templada, que sea capaz de aguantar vara con los judiciales, hambre con
los empresarios, guerra con los granaderos, peste con la planta, de Jumex o de Pemex, no importa si muere estoicamente de sida, ébola, influenza, ¡tantas oportunidades que hay ahora para el ser humano! ¡No mueres porque
no quieres, ni vives como tú quieres!
Ahora
que puedo ver el amplio horizonte de mis nuevas congéneres, me gusta cómo
utilizan el tiempo defendiendo el derecho de una ama de casa a trabajar de
sirvienta; a eso le llaman ser feminista. ¡Ay, amigas mías! ¡Por favor, yo sé
lo que les digo! Imiten a los hombres; cásense tarde, muéranse pronto, y la
fuerza del Soldado Desconocido, la
astucia del Judío Errante, y
la prestancia del Charro Negro,
estarán con ustedes.
En
fin, como a la tierra donde fueres haz lo que vieres, seré pionera del
narcotráfico y después de chingarle el numerito a Camelia la Texana, me volveré a operar para ser piloto, de
boiler; el fuego interno nunca se debe apagar.
Realmente,
no hay mucha diferencia entre llevar los pantalones y tener las enaguas bien
puestas. Cuando se trata de fajar, lo mismo da que sea el cinturón que las
pantaletas.
Mi
papá decía “la mujer tiene la fama, y el hombre la mercancía”. Nunca entendí a
qué se refirió, pero ahora soy juez y parte: ya compré toda la fama –se
palmoteó los senos- la mercancía, está acá atrás. –se dio una nalgada en el
amplio trasero cubierto de lentejuelas- ¡Bye, bye! –y se fue, seguida de los
reflectores. Por todos lados se escuchaban aplausos.