Majara
Ji, ji, ji...
a las palabras también se la podemos dejar caer enterita, sí, sobre todo si nos
insultan con un vocablo que nunca habíamos escuchado en la vida. Me sucedió.
En un
diálogo –que debería llamar pleito- con el gachupín que ya conocen, recibí como
insulto la palabra "Majara".
A pesar de
que solicité de mi contrincante que tuviera la decencia de regañarme en español,
ni siquiera se dignó ayudarme a entenderle, así que agarré a "Majara”, la
palpé, doblé y volví a observar. La estrujé como papel y la aventé por los
aires cual pelota o papalote y de repente volaba como búmerang y apenitas
alcanzaba a cacharla.
Jugó conmigo
a la roña, a los encantados, se echaba a correr para que fuera tras ella y se
escabullía como conejo en los matorrales y luego, dejó que la viera en medio de
otras palabras, como la flor de un arbusto, y percibiera su aroma. Quiere decir
lo mismo que el nahuatl "tlahuele": loco, chiflado.
Cada vez que
la tocaba al pronunciarla, me daba una sensación como de caliente que cambia a
frío cuando empezaba a encontrarle el gusto. Entonces se volvía a esconder y
aparecía acompañada, no sé si de amigos o familiares: "Majareta", que
es algo así como su gemela, o "Majar", flamante verbo que designa la
acción de machacar, romper o aplastar una cosa a golpes.
De ese modo,
“Majara “ me comunicó que el verdadero deseo de mi interlocutor es majarme la
nariz. ¡Qué majadero!
Mientras aquel
deslenguado sigue conjugando en tiempo futuro, primera persona del singular, he
majado la ignorancia.
“Majara” me
presentó a su compañera “Jara”, tierra fértil donde crecen los arbustos tras los
cuales se escondió.
Descubrí una
flor de jara: blanca, enorme. Entonces me dio tristeza porque “Majara” es
término despectivo. ¡Cómo puede merecer esa función, una palabra que suena tan
hermoso! Pero en fin, hay venenos que huelen bonito y hay palabras majaras. Como
le gustan, p’a sentirse maharajá.
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