domingo, 5 de octubre de 2014

Palabras de órdago

Majara

Ji, ji, ji... a las palabras también se la podemos dejar caer enterita, sí, sobre todo si nos insultan con un vocablo que nunca habíamos escuchado en la vida. Me sucedió.
En un diálogo –que debería llamar pleito- con el gachupín que ya conocen, recibí como insulto la palabra "Majara".

A pesar de que solicité de mi contrincante que tuviera la decencia de regañarme en español, ni siquiera se dignó ayudarme a entenderle, así que agarré a "Majara”, la palpé, doblé y volví a observar. La estrujé como papel y la aventé por los aires cual pelota o papalote y de repente volaba como búmerang y apenitas alcanzaba a cacharla.

Jugó conmigo a la roña, a los encantados, se echaba a correr para que fuera tras ella y se escabullía como conejo en los matorrales y luego, dejó que la viera en medio de otras palabras, como la flor de un arbusto, y percibiera su aroma. Quiere decir lo mismo que el nahuatl "tlahuele": loco, chiflado.

Cada vez que la tocaba al pronunciarla, me daba una sensación como de caliente que cambia a frío cuando empezaba a encontrarle el gusto. Entonces se volvía a esconder y aparecía acompañada, no sé si de amigos o familiares: "Majareta", que es algo así como su gemela, o "Majar", flamante verbo que designa la acción de machacar, romper o aplastar una cosa a golpes.

De ese modo, “Majara “ me comunicó que el verdadero deseo de mi interlocutor es majarme la nariz. ¡Qué majadero!

Mientras aquel deslenguado sigue conjugando en tiempo futuro, primera persona del singular, he majado la ignorancia.

“Majara” me presentó a su compañera “Jara”, tierra fértil donde crecen los arbustos tras los cuales se escondió.


Descubrí una flor de jara: blanca, enorme. Entonces me dio tristeza porque “Majara” es término despectivo. ¡Cómo puede merecer esa función, una palabra que suena tan hermoso! Pero en fin, hay venenos que huelen bonito y hay palabras majaras. Como le gustan, p’a sentirse maharajá. 



viernes, 18 de julio de 2014

Florencio López Osuna

Florencio López Osuna fue un líder estudiantil. El 2 de octubre de 1968 fue arrestado en Tlatelolco junto con sus compañeros que participaban en el mítin. Cumplió condena en la cárcel de Lecumberri, después de lo cual salió, terminó su carrera y llegó a ser profesor del Instituto Politécnico Nacional. El trigésimo cuarto aniversario de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, motivó que le hicieran una entrevista para el semanario Proceso y la cadena de televisión Canal 22. A los pocos días de dar su testimonio, fue hallado muerto en la habitación de un hotel de paso en la colonia San Cosme. Hasta la fecha, no pasa de ser un secreto a voces quién lo mandó asesinar.


Letra de la canción
Fue allá en el sesenta y ocho
en Tlatelolco pasó.
Dos de octubre, según dicen,
que hubo una gran matazón.
Yo era una niña de once años
cuando aquello sucedió.
Dos de octubre, lloró el cielo,
porque Dios se entristeció.

Plaza de las Tres Culturas,
por ver, oír y callar,
con guante blanco y bengalas
querían tener la razón.
El tiempo todo lo borra,
sabiduría popular
y treinta y tantos veranos,
con la culpa y el dolor.

Florencio López Osuna,
qué grande fue tu esperanza
y qué poca tu fortuna,
tuviste ojos para ver.
Tuviste boca y hablaste
y tu muerte ha deleitado
a los que encuentran deleite,
en torturar y matar.

Florencio López Osuna,
las cosas no han de cambiar,
la humanidad es lobuna
y sólo quiere el poder.
Florencio López Osuna,
dulces sueños de bondad
le estás cantando a la luna,
que no han de ser realidad.



lunes, 23 de junio de 2014

Un día en la vida de cualquier feisbuquer@

Sin percatarse de las diferencias entre un miércoles y un domingo,  se levanta. Antes de acordarse tan siquiera de ir al baño, enciende el ordenador. Sin fijarse ni en la hora, aunque la tenga ahí, con letrotas, en la pantalla, hace click en la opción “Escritorio”, que le enseña el menú.

Clica “Internet”.  Apenas puede esperar a que la máquina tome su tiempo para abrir el navegador. Lo primero que ve, después de escribir el correo@vueltalanoria.com y dar gracias a la Web por haber tenido la iniciativa de no guardar contraseña alguna para obligarse a ejercitar la memoria, contempla, con éxtasis, un vídeo en el que la gente celebra el cumpleaños de Andrea, indigente de Europa, como indigentes hay en toda ciudad y país que se respete.


Acá, del otro lado del mundo, cayó en desuso llamarles pordioseros. Se les dice “personas en situación decalle”. Nadie voltea a verlas. En los gloriosos cincuenta del siglo pasado, los turistas de Extranjia las capturaron con sus cámaras fotográficas, cosa que avergonzó a quienes  eran los gobernantes. Se les retiró del Zócalo, Paseo de la Reforma, se continuó presumiendo la belleza de la antigua Ciudad de los Palacios y todos contentos.

En Japón han sido más prácticos: allá tampoco son limosneros; les dicen hikikomori y han obligado a sus familias a mantenerlos. De esa manera se han evitado el costo de los operativos para retirarlos de las calles y la creación de albergues.


Contempla en la pantalla la expresión de júbilo de Andrea, que lanza un globo amarillo y pide el deseo de que todos los que están ahí, rodeándola, sean felices.

La mente divaga de la mano del mouse y refuerza la idea de que se es cosmopolita, cult@ y en ese continuo e inducido dejavu, se olvida el hambre, el frío y hasta las ganas de mear.