sábado, 16 de abril de 2011

Ilusiones ópticas

De pie junto a la puerta del microbús, lista para bajarme por la Vía Morelos, descubrí, entre los edificios aún lejanos, una silueta del Siervo de la Nación: el paliacate blanco envolviendo su cabeza. Era sacerdote en mil ochocientos, pero tenía mujer y un hijo aceptado, aunque no reconocido.

Nunca había visto esa estatua de Don José María, en la avenida que lleva su nombre, allá en Ecatepec, donde murió.

En realidad lo murieron, pero ese monumento no era el de siempre, parecía un pequeño dinosaurio saliendo del cascarón, el brazo levantado, mentándonos la madre a todos porque no existe aún el país por cuyo nacimiento luchó.

El microbús se acercaba a la parada y yo comía ansias por estar junto al pedestal de la estatua, ¡me urgía llegar antes de que la pintarrajearan los vagos, o la orinaran los perros!

En eso, el cuerpo de aquel que fue uno de los próceres que nos dieron Patria, se transformó en una chamarra de mezclilla al lado de una guitarra, ¡había confundido el brazo del instrumento con el del héroe de mil batallas! ¡La gran silueta era un pinchurriento anuncio espectacular!


No hay comentarios:

Publicar un comentario