martes, 29 de marzo de 2011

10 de Mayo del 2008

Promete ser un viaje a toda madre. Hace unos cinco años, vine a preguntar cuánto costaba un pasaje a Oaxaca. Por sesenta pesos podía haberme montado en uno de esos dinosaurios y galopar once horas hasta la Verde Antequera. Creo que no me resultó tan atractivo ante la existencia de los bólidos de la ADO.
        
         Esto es un metrotote. Pasé por debajo del puente de Tlatelolco. Siempre había sido un misterio para mí todo ese revoltijo de vías que no acababan de entrar en desuso.
        
         Estoy mirando algo del México que vieron nuestros antepasados. Escucho ahora mismo a una mujer conversar con su marido: “…aquí llegaban las cuadrillas y de aquí las mandaban a Lechería…”, “…ya pasamos por Pantaco…”, “¿sabes qué es lo que le falta para ser tren? ¡Que se suban y que te empiecen a vender cosas!”
        
         La estación Fortuna queda muy cerca de La Villa. Son asombrosas muchísimas cosas además de la rapidez con que estuve en Lechería. ¡Todavía hay gente que recuerda cómo era el movimiento de los antiguos trenes y de las últimas locomotoras de vapor! ¡Gente que trabajó en Ferrocarriles Nacionales de México, pero que no laborará en Ferrocarriles Suburbanos, S.A. de C.V.!
        
         Nada más siete estaciones y se está a muchos kilómetros de la ciudad, saboreando las delicias del smog de la zona industrial aledaña a Tepotzotlán.
        
         ¡Ah, si Juan Diego viviera! Llegaría más a tiempo de que la Virgen le hable…

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