miércoles, 4 de mayo de 2011

Mi puerta de entrada al mundo

Cuando supe que mis padres habían vivido en la Roma en la época en que me esperaban, comprendí por qué esa colonia me gusta.
         Aunque el parto de Esperanza fue atendido en un hospital ubicado en San Miguel Chapultepec, a un pasito de Tacubaya, siento más bien aversión hacia ese rumbo. Mi nido son esas calles con nombres de estados y ciudades de mi Patria.
         Me gusta su imagen: glorias pasadas y blasones carcomidos por las ratas; fantasmas de riqueza que pululan en el viento. Camino por las calles y contemplo vetustas mansiones convertidas en vecindades.
         Imagino, como si recordara, a los ricos porfirianos: entran y salen de las casas, abordan carruajes, presumen corpiños, polisones, abanicos, fistoles y levitas. Los que montan a caballo vienen caracoleando y las manos enguantadas se mueven en un saludo que encubre la sonrisa despectiva.
         La pobreza y la opulencia son comadres que se ven de vez en cuando y se saludan de beso. Una envidia lo estirado; la otra quiere libertad y se hieren con los ojos o se matan con silencios. Esos rotos y catrines que no nos pudieron ver, ¿nos podían imaginar?
         Mi puerta de entrada al mundo fue la colonia Roma. Dicho al revés: se ama al prójimo, a sus bienes y a uno mismo. Se ama al perro, al indigente y a veces, se finge amor. Tal vez no he sido querida, pero ahí me quiero ver. No siempre vivo feliz, pero ahí pude ser yo.

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