Celebradas el 15 y 16 de septiembre de cada
año, en el 2009 estuvieron adornadísimas por la amenaza de influenza, la crisis
económica y la certeza de que en realidad no hay ninguna independencia qué
festejar.
Cuando era niña, el grito era más patriótico: los gachupines se
encerraban en sus casas a mascullar. Ahora ya no sueñan con recuperar América,
la están comprando y nadie piensa en matarlos.
Por las calles desfilan charros negros -de mugre o de coraje-, Adelitas,
chinas poblanas y émulos de Morelos con sendas panzotas que antes eran de
pulquero, pero hoy son producto de las comidas chatarra. ¡Hasta nuestras lonjas
han perdido la mexicanidad! ¿Quién sabe algo del Cacique Gordo de Totonacapan?
¿Quién se imagina la impresión que se llevaron Cortés y sus soldadotes cuando
vieron semejante obesidad? ¡Ni quien recuerde tal pasaje de la historia! ¡Si
con trabajos leemos El libro vaquero, no vamos a andar perdiendo el tiempo con
Bernal Díaz y su Verdadera Historia de la Conquista! Lo más triste de todo, es
que esos gordinflones que se pintan la bandera tricolor en las mejillas, no
engordaron porque aspiraran a parecerse al rey gordo, que quizá sería una
sílfide al lado de muchos rotoplaces modernos.
Don Angostín, en cuyas manos estuvo el dinero del país, ¿tendría
conciencia de que fue el Cacique Gordo de la actualidad? Para los que pagamos
impuestos, era más fácil darle la vuelta que abrazarlo, aunque esto último
hubiéramos querido hacerlo con “s”. Hubiera habido carnitas para muchísima
gente.
A unos cuantos días de festejado el 199 aniversario del grito de
Dolores, se añadió a la lista de personajes un par de loquitos que
probablemente se sintieron reencarnaciones de Hidalgo y Allende. Profetizaron
que vendrán terremotos, hambrunas, sequías y grandes calamidades. Querían
avisarle al Presidente. En el nombre de Dios, uno secuestró un avión y el otro
balaceó gente en la estación Balderas del metro, después de haber hecho una
pinta al estilo de “…tu crianza fina, tu índole y estilo amable…”. Por lo menos
esos dos hicieron lo que debió haber hecho el Padre de la Patria: llegar a la
Ciudad de México.
El miércoles 16, nuestro glorioso ejército desfiló en el Zócalo.
Demostró fuerza y determinación para defender la soberanía del pueblo. Los
pilotos militares tomaron providencias para que no se estrellara alguna de sus
carcachas en plena festividad, como el día del avionazo en Paseo de la Reforma.
Sin embargo, un paracaidista fue a dar contra el parabrisas de un carro. ¿Podía
faltar acaso la versión moderna de aquel Niño Héroe que se envolvió en la
bandera antes de aventarse al precipicio? Al pueblo, pan y circo. Así obrarían
los gobernantes justos, pero estos que tenemos han hecho más circo que pan, ¡y
son panistas!
Con todo y crisis, se hizo un espectáculo de luz y sonido que
debe haber costado unos cuantos miles de pesos. Aquellos que pudieron
presenciarlo se quedaron tan extasiados como el Cura Hidalgo allá en el Cerro
de las Cruces, contemplando la ciudad sin atreverse a tomarla.
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