martes, 18 de septiembre de 2012

Los nuevos señores, los nuevos villanos



Gentuza se escribe con J

La puerta de lámina se terminó de abrir. El cuarto se iluminó. La cucaracha que deambulaba por la estufa corrió a esconderse debajo de un quemador. En el piso de cemento aparecían huellas, como garras de un cocodrilito. La Afanadora Constante pensó que ahora sí estaba perdiendo la cabeza. Sin duda, alguien había entrado durante su ausencia. Siguió las pisadas, decidida a llegar hasta la madriguera de esa rata que la había estado molestando, y que, según ella, La Acarreadora de Chinches le hizo el favor de meter. De pronto, se oyó un golpeteo. Volteó y conoció al visitante: ¡un pequeño dragónque se rascaba! ¡Un pequeño dragón anacoluto apareció en su casa, sin más ni más, sin ser invitado ni nada por el estilo! Era un ser que despertaba más ternura que deseo de aplastarlo. Además, no podía establecerse en una primera impresión si de verdad era fauna nociva.



¡No me mates!suplicó. La mujer se quedó petrificada. Para ella, el alebrije estaba en su imaginario, aunque en realidad se encontrara parado junto a la olla de barro que contenía el agua hervida para beber.

¡Soy dragón! ¡Soy dragón! ¡Por favor! ¡Conóceme!rápidamente, se interpuso entre la mujer y la escoba, recargada en el rincón.

¿Cómo has entrado? –preguntó La Afanadora, con sequedad.

Por ahícontestó el dragoncito y señaló el agujero que había detrás de la estufa, por donde pasaba el tubo del gas.

Muy bien, Don Dragón, haga el favor de marcharse por ahí mismo –El pequeñín la miró entristecido.

¡Oh! ¡Pensé que te haría feliz conocerme! ¡Tu casa es tan bonita!La Afanadora puso cara de incredulidad– ¡Me moriré de tristeza si no vuelvo a contemplar esta flor tan hermosa de tu ollota de barro! Hace mucho que no estaba en un sitio tan acogedor.

¡Pero da la casualidad que no le doy hospedaje a roedores, por bien disfrazados que vengan! –Dijo, rotunda, La Afanadora Constante.

¡Oh, caramba! ¡Que no soy ningún roedor!dijo el reptil, herido en su orgullo. Acto seguido, lanzó una bocanada de fuego que envolvió en llamas el librerito que estaba junto a la puerta de entrada.



¡Quedó claro que no era ningún roedor! Pero no dejó tan contenta a La Afanadora. Toda su biblioteca se redujo a polvo. Lo peor vino después, cuando La Ricachona de Aquí y La Gran Exponente del Agachonismo y Peleonería Vecindera llamaron a la puerta, asustadas por el humo y el olor a quemado. Fue todo un embrollo esconder al dragoncito y decirles a las vecinas que la estufa le había dado el flamazo,pero que todo estaba controlado. Agradeció el interés, cerró de golpe y porrazo y enfrentó al animal, decidida a echarlo. El dragoncito eludió un manotazo. Ágil, corrió hasta el montón de pavesas, palmoteó y el librero, con todo su contenido, emergió de las cenizas y volvió al estado anterior.

¡Vaya que le costó su trabajo al pequeño convencer a la señora de que lo dejara quedarse! Por lo menos La Afanadora ya no tendría que comprar veneno para ratas y eso le trajo una cierta tranquilidad. ¿Pero cómo había llegado el animalito hasta allí? No era fácil subir y subir escaleras hasta un octavo piso, y menos para un dragón que no pasaba de medir una cuarta. Él extendió sus alas color de rosa, como de murcielaguito, que hacían contraste con lo verde botella de su cuerpo. Después de unas cuantas cabriolas en el aire, tomó asiento en la azucarera.

¿De dónde vienes? –preguntó la anfitriona involuntaria.

De tus afanes. ¿Me regalas un café?Y el dragoncito alargó su taza diminuta, con plato, cuchara y toda la cosa. Hurgó de nuevo en su marsupio, del mismo color que sus alas, y sacó una tabla, a la que le desdobló cuatro patas.

¿Te gusta con azúcar?

Sí.

Entonces, te recomiendo que veas si traes por ahí algún banquito –El lagarto se puso serio. De todos modos le perdonó la franqueza. No en cualquier lado lo recibían con esa cordialidad. ¡Había logrado instalar la mesa! De otros lugares acababa por marcharse. La mayoría de las veces porque la gente no era capaz de verlo, a pesar del violento contraste que hacían los colores de su cuerpo y tener, en todo el lomo y las patas, escamas que tornasoleaban ante la luz, cosa que no pasó inadvertida para nuestra Afanadora, que reparó en que tenían la forma de signo de pesos en el lomo y de centavos en las patas.


En aquellos días hacía mucha falta el dinero. El vecino que había organizado la asamblea, hostigaba a quien se cruzara en su camino. Según él, quería completar ya la cantidad para los pagos del servicio eléctrico y el suministro del agua. La Afanadora Constante no se salvó, pese a que fue de las primeras en dar la parte que le tocaba, pero no se la dio a él: eso lo enfureció. Se ganó la animadversión del Empedernido Rey del País del Chipotle Vengador, cuando informó a los vecinos que el gasto del agua podía cubrirse, directo, en la dependencia correspondiente y que nadie tendría que entregarle dinero al susodicho, que presumía de grandes influencias y contactos con gente aún más poderosa que Los Políticos de Quinta que no Eran Conocidos ni a Dos Cuadras de sus Casas. Eran días de apretarse el cinturón. Ese señor y su familia no dejaban de llamarla “loquita” y en la chamba no le estaba yendo tan bien que digamos.

Como salía muy lentamente para los gastos y no la veía llegar, La Afanadora Constante siguió con la idea de que ese monstruillo, salido de algún libro de cuentos, era una alucinación, producto de su angustia, y decidió desenmascararle, pero sin violencia. El que se enoja pierde, y más tratándose de esos lances en los que entran en juego la palabra loca, sinónimos y derivados.

En primera instancia, no podía cometer la burrada de contarle a nadie de la presencia del extraño inquilino y, mucho menos, pedir ayuda al vecino hostigador, con todo y que era el único al que le repapaloteaba para andar comprando problemas ajenos. Además de hojalatear carros de dudosa procedencia, no había otra cosa que le saliera mejor, aunque, para decir lo cierto, nunca era debidamente reconocido.

Hacía algún tiempo, se enganchó en una batalla campal con La Suprema Reina de la Muleta Ficticia y estuvo a punto de ir a la cárcel. A veces creo que más por incumplir sus amenazas de violación y muerte. A consecuencia del pleito, la enorme calva que ya tenía le creció hasta el punto que fue a la Villa a dar gracias porque no tenía las orejas paradas. Desde entonces, vive con la certeza de que no lo confundirán con otra persona de infausta memoria, que no viene al caso nombrar. De cualquier forma, no se ha escapado de alimentar su ego de glorias pasadas y necesita demostrar, a cada rato, por qué le dicen Transformer. Se ostenta como Gato Violador o Bull Terrier de Pacotilla. Presume su guante de oro porque molió a puñetazos a un anciano y a una mujer embarazada; pero ni así ha logrado convencer a La Afanadora Constante de que se acueste con él.


Un día, ella pasaba por el garage, muy cerca de él, que estaba tendido en el suelo, junto a un carro, a punto de entrar a revisarle el motor. El majadero le vio hasta el cuello del útero y la llamó para enseñarle una fotografía que almacenó en la memoria de su teléfono portátil. ¡No lo hubiera hecho! En menos de una hora, el vecindario estaba enterado de que se retrató con los calzones bajados hasta las rodillas, para enseñar un pitote de medio metro que no la impresionó en lo más mínimo, porque nadie lo tiene tan largo. Tales fueron las palabras de La Afanadora Constante, para todo el que quiso oírla. Divertía a la gente cada vez que diseminaba que algo le estaba pasando, por eso la escuchaban; pero en realidad, a nadie le interesaba que se estuviera muriendo de miedo y que no supiera cómo ni a quién pedirle auxilio.

Supe de todo esto porque ella me lo contó. También me confió la presencia del dragoncito en su casa. Lloró de angustia. ¡Me guardé muy bien de decirle que ya lo conocía! Pero a raíz de esa plática, no dejé pasar un día sin que desayunáramos juntas. Creo que eso no le gustó a su mascota. Siempre fue un desatento conmigo. Jamás salió a saludar. Una mañana, al llamar a la puerta, recibí en plena cara un pastelazo. De todos modos no se salió con la suya. Simplemente, él no era el dueño de la casa y seguí platicando con mi amiga y disfrutando del almuerzo que siempre me invitaba. No le quedó más remedio que conversar con las dos.


 En el pintoresco alcázar que, por obra y gracia del terremoto del ochenta y cinco bien podría ser la Torre de Pisa mexicana, La Afanadora Constante lleva un fiel registro de todos y cada uno de los irigotes que han hecho historia en el ir y venir de los años con los mismos pendejos de siempre.

Han cobrado fama algunos de sus letreros, colgados en la puerta de su casa y dirigidos a gente como el recadero del capítulo anterior. Son letreros que dicen las verdades, que levantan ámpula. Ella ha sido una especie de catalizador que pone en evidencia la elaboración de los cocteles amorosos y amorales en esa comunidad. Uno de esos letreros lo pegó en el baño, a petición de algunos vecinos que estaban hartos de contemplar las paredes y el retrete embadurnados de caca:

Acomoda bien las nalgas,
cuando vayas a cagar.
Que si te gusta embarrarte,
no lo debes compartir.

Era claro y notorio el tamaño del malestar. En cualquier vecindad hay que frenar las actividades que le resultan molestas a la mayoría de los habitantes. ¡Y vaya que hacerlo sirve para detectar traviesos! Solo se necesita observar quién se da por aludido cuando aparece el letrero o se toma la medida precautoria con el fin de evitar que las conductas non gratas vuelvan a aparecer.

El intercambio de insultos no se hizo esperar. Se fueron plasmando palabrotas y recordatorios de diez de mayo en los mosaicos, que daban la impresión de que se iban a deshacer en la próxima cubetada de jabón. A La Afanadora Constante no le hacían mella esas cacallacas. Para saber con qué podía espantar a un vecino, bastaba con recibir un amago. También sabía que quien le reclamaba sus llamados de atención con esos letreros era un tipo que andaba por el mundo con un tatuaje en la cara, ¡pero que no quería destacar! Su escuela cundió entre los jóvenes, pero se hizo notorio tiempo después de que pusiera en su ventana el primer punto de su manual de remedios caseros para convivir con la violencia y el terrorismo. Fue una estrategia sencilla de urbanidad en condominio:

FÓRMULA E.G.A.R.R., PARA VIVIR MEJOR:
Enójese a gusto.
Grite con calma.
Amenace con tacto.
Rompa madres u hocicos en silencio.
Recuerde que todos tenemos derecho
a dormir a pesar de las broncas de usted.

El zafarrancho que interrumpió las pesadillas de todo mundo tuvo lugar en la madrugada, exactamente diez horas antes de que apareciera este nuevo aviso, y dio al traste con la buena imagen de la sobrina del Empedernido Rey del País del Chipotle Vengador, por haber sido encontrada en pleno clinch amoroso con una de las lesbianas que vivían en el quinto piso. Desde entonces fue conocida como Lady Manflower. Lo bueno es que su marido la había dejado unos meses antes, pero tengo entendido que le tocó una parte de la infidelidad. Quizá se haya ido sin saberlo. La golpiza comenzó a las cinco de la mañana, cuando llegó La Última en Darse Cuenta de que le Estaban Poniendo los Cuernos. Como si fuera el preso número nueve, sintió en su pecho el rencor. Segundos antes, iba contenta pa su jacal. ¿Así es la vida?

En vecindad, sí.contestó el dragoncito, mientras daba un sorbo a su café. Transcurrió la velada en esa agradable charla, al cabo de la cual, La Afanadora Constante no tuvo inconveniente en permitir que el animalito desempacara del marsupio todo su equipaje. Al pequeño le gustaba la lectura y comentaron algunos de los libros resucitados de la quemazón. Con el paso de los días, la mujer se acostumbró a las conversaciones de sobremesa conmigo y  con su mascota, interlocutor, visita, visión, ¡o ya no entiendo!

Una de las diversiones favoritas del saurio era examinar los letreros que se habían escrito en fechas recientes y que hacían, de las paredes del edificio,  un verdadero pasquín. Lo último que analizaron, fue un mensaje que la diligente señora acababa de recibir en su teléfono celular. No creyó que fuera a ofenderse el remitente si le avisaba que había cometido algunas faltas de ortografía en el letrero que puso a la entrada del edificio, para reclamar por las habladurías en torno a Lady Manflower. Para ella, no había nada ofensivo en decirle que ínfulas va sin hache y con acento en la i, que bondad llevaba b de burro y voluntad era la de v de vaca, pero el acabose era aquel recado en la pantalla: “JENTUSA SE ESCRIBE ASÍ PORQUE LO DIGO YO, Y YA NO VOY A CONTESTAR TUS LOQUERAS.”



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