Gentuza
se escribe con J
La
puerta de lámina se terminó de abrir. El cuarto se iluminó. La
cucaracha que deambulaba por la estufa
corrió a esconderse debajo de un quemador. En el piso de cemento
aparecían huellas, como garras de un cocodrilito.
La Afanadora Constante pensó que ahora sí
estaba perdiendo la cabeza. Sin duda, alguien había entrado durante
su ausencia. Siguió las pisadas, decidida a llegar hasta la
madriguera de esa rata que la había
estado molestando, y que, según ella, La Acarreadora de Chinches
le hizo el favor de meter. De pronto, se oyó un golpeteo. Volteó y
conoció al visitante: ¡un pequeño dragónque se rascaba! ¡Un pequeño dragón anacoluto apareció en
su casa, sin más ni más, sin ser invitado ni nada por el estilo!
Era un ser que despertaba más ternura que deseo de aplastarlo.
Además, no podía establecerse en una primera impresión si de
verdad era fauna nociva.
–¡No
me mates! –suplicó.
La mujer se quedó petrificada. Para ella, el alebrije estaba en su
imaginario, aunque en realidad se encontrara parado junto a la olla
de barro que contenía el agua hervida para beber.
–¡Soy
dragón! ¡Soy dragón! ¡Por favor! ¡Conóceme!
–rápidamente, se
interpuso entre la mujer y la escoba, recargada en el rincón.
–¿Cómo
has entrado? –preguntó La
Afanadora,
con
sequedad.
–Por
ahí –contestó
el dragoncito y señaló el agujero que había detrás de la estufa,
por donde pasaba el tubo del gas.
–Muy
bien, Don Dragón, haga el favor de marcharse por ahí mismo –El
pequeñín la miró entristecido.
–¡Oh!
¡Pensé que te haría feliz conocerme! ¡Tu casa es tan bonita!
–La
Afanadora
puso cara de incredulidad– ¡Me
moriré de tristeza si no vuelvo a contemplar esta flor tan hermosa
de tu ollota de barro! Hace mucho que no estaba en un sitio tan
acogedor.
–¡Pero
da la casualidad que no le doy hospedaje a roedores, por bien
disfrazados que vengan! –Dijo, rotunda, La
Afanadora Constante.
–¡Oh,
caramba! ¡Que no soy ningún roedor! –dijo
el reptil, herido en su orgullo. Acto seguido, lanzó una bocanada de
fuego que envolvió en llamas el librerito que estaba junto a la
puerta de entrada.
¡Quedó
claro que no era ningún roedor! Pero no dejó tan contenta a La
Afanadora. Toda su biblioteca se
redujo a polvo. Lo peor vino después, cuando La Ricachona
de Aquí y La Gran Exponente del Agachonismo y
Peleonería Vecindera llamaron a la puerta, asustadas por el humo
y el olor a quemado. Fue todo un embrollo esconder al dragoncito y
decirles a las vecinas que la estufa le había dado el flamazo,pero que todo estaba controlado. Agradeció el interés, cerró
de golpe y porrazo y enfrentó al animal, decidida a echarlo. El
dragoncito eludió un manotazo. Ágil, corrió hasta el montón de
pavesas, palmoteó y el librero, con
todo su contenido, emergió de las cenizas y volvió al estado
anterior.
¡Vaya
que le costó su trabajo al pequeño convencer a la señora de que lo
dejara quedarse! Por lo menos La Afanadora ya no
tendría que comprar veneno para ratas y eso le trajo una cierta
tranquilidad. ¿Pero cómo había llegado el animalito hasta allí?
No era fácil subir y subir escaleras hasta un octavo piso, y menos
para un dragón que no pasaba de medir una cuarta. Él extendió sus
alas color de rosa, como de murcielaguito, que
hacían contraste con lo verde botella de su cuerpo. Después de unas
cuantas cabriolas en el aire, tomó asiento en la azucarera.
–¿De
dónde vienes? –preguntó la anfitriona involuntaria.
–De
tus afanes. ¿Me regalas un café? –Y
el dragoncito alargó su taza diminuta, con plato, cuchara y toda la
cosa. Hurgó de nuevo en su marsupio, del mismo color que sus alas, y
sacó una tabla, a la que le desdobló cuatro patas.
–¿Te
gusta con azúcar?
–Sí.
–Entonces,
te recomiendo que veas si traes por ahí algún banquito –El
lagarto se puso serio. De todos modos le perdonó la franqueza. No en
cualquier lado lo recibían con esa cordialidad. ¡Había logrado
instalar la mesa! De otros lugares acababa por marcharse. La mayoría
de las veces porque la gente no era capaz de verlo, a pesar del
violento contraste que hacían los colores de su cuerpo y tener, en
todo el lomo y las patas, escamas que tornasoleaban ante la luz, cosa
que no pasó inadvertida para nuestra Afanadora,
que reparó en que tenían la forma de signo de pesos en el lomo y de
centavos en las patas.
En aquellos días hacía mucha falta el dinero. El vecino que había organizado la asamblea, hostigaba a quien se cruzara en su camino. Según él, quería completar ya la cantidad para los pagos del servicio eléctrico y el suministro del agua. La Afanadora Constante no se salvó, pese a que fue de las primeras en dar la parte que le tocaba, pero no se la dio a él: eso lo enfureció. Se ganó la animadversión del Empedernido Rey del País del Chipotle Vengador, cuando informó a los vecinos que el gasto del agua podía cubrirse, directo, en la dependencia correspondiente y que nadie tendría que entregarle dinero al susodicho, que presumía de grandes influencias y contactos con gente aún más poderosa que Los Políticos de Quinta que no Eran Conocidos ni a Dos Cuadras de sus Casas. Eran días de apretarse el cinturón. Ese señor y su familia no dejaban de llamarla “loquita” y en la chamba no le estaba yendo tan bien que digamos.
Como
salía muy lentamente para los gastos y no la veía llegar, La
Afanadora Constante siguió con la idea de que ese monstruillo,
salido de algún libro de cuentos, era una alucinación, producto de
su angustia, y decidió desenmascararle, pero sin violencia. El que
se enoja pierde, y más tratándose de esos lances en los que entran
en juego la palabra loca, sinónimos y derivados.
En
primera instancia, no podía cometer la burrada de contarle a nadie
de la presencia del extraño inquilino y, mucho menos, pedir ayuda al
vecino hostigador, con todo y que era el único al que le
repapaloteaba para andar comprando problemas ajenos. Además de
hojalatear carros de dudosa procedencia, no había otra cosa que le
saliera mejor, aunque, para decir lo cierto, nunca era debidamente
reconocido.
Hacía
algún tiempo, se enganchó en una batalla campal con La Suprema
Reina de la Muleta Ficticia y estuvo a punto de ir a la cárcel. A veces creo que más por incumplir sus amenazas de
violación y muerte. A consecuencia del pleito, la enorme calva que
ya tenía le creció hasta el punto que fue a la Villa a dar gracias porque no tenía las orejas paradas. Desde
entonces, vive con la certeza de que no lo confundirán con otra
persona de infausta memoria, que no viene al caso nombrar. De
cualquier forma, no se ha escapado de alimentar su ego de glorias
pasadas y necesita demostrar, a cada rato, por qué le dicen
Transformer. Se ostenta como Gato Violador o Bull Terrier de
Pacotilla. Presume su guante de oro porque molió a puñetazos a
un anciano y a una mujer embarazada; pero ni así ha logrado
convencer a La Afanadora Constante de que se acueste
con él.
Un
día, ella pasaba por el garage, muy cerca de él, que estaba tendido
en el suelo, junto a un carro, a punto de entrar a revisarle el
motor. El majadero le vio hasta el cuello del útero y la llamó para
enseñarle una fotografía que almacenó en la memoria de su teléfono
portátil. ¡No lo hubiera hecho! En menos de una hora, el vecindario
estaba enterado de que se retrató con los calzones bajados hasta las
rodillas, para enseñar un pitote de medio metro que no la impresionó
en lo más mínimo, porque nadie lo tiene tan largo. Tales fueron las
palabras de La Afanadora Constante, para todo el que quiso
oírla. Divertía a la gente cada vez que diseminaba que algo le
estaba pasando, por eso la escuchaban; pero en realidad, a nadie le
interesaba que se estuviera muriendo de miedo y que no supiera cómo
ni a quién pedirle auxilio.
Supe
de todo esto porque ella me lo contó. También me confió la
presencia del dragoncito en su casa. Lloró de angustia. ¡Me guardé
muy bien de decirle que ya lo conocía! Pero a raíz de esa plática,
no dejé pasar un día sin que desayunáramos juntas. Creo que eso no
le gustó a su mascota. Siempre fue un desatento conmigo. Jamás
salió a saludar. Una mañana, al llamar a la puerta, recibí en
plena cara un pastelazo. De todos modos no se salió con la suya.
Simplemente, él no era el dueño de la casa y seguí platicando con
mi amiga y disfrutando del almuerzo que siempre me invitaba. No le
quedó más remedio que conversar con las dos.
En
el pintoresco alcázar que, por obra y gracia del terremoto del
ochenta y cinco bien podría ser la Torre de Pisa mexicana,
La
Afanadora
Constante
lleva un fiel registro de todos y cada uno de los irigotes que han
hecho historia en el ir y venir de los años con los mismos pendejos
de siempre.
Han
cobrado fama algunos de sus letreros, colgados en la puerta de su
casa y dirigidos a gente como el recadero del capítulo anterior. Son
letreros que dicen las verdades, que levantan ámpula. Ella ha sido
una especie de catalizador que pone en evidencia la elaboración de
los cocteles amorosos y amorales en esa comunidad. Uno de esos
letreros lo pegó en el baño, a petición de algunos vecinos que
estaban hartos de contemplar las paredes y el retrete embadurnados de
caca:
Acomoda
bien las nalgas,
cuando
vayas a cagar.
Que
si te gusta embarrarte,
no
lo debes compartir.
Era
claro y notorio el tamaño del malestar. En cualquier vecindad hay
que frenar las actividades que le resultan molestas a la mayoría de
los habitantes. ¡Y vaya que hacerlo sirve para detectar traviesos!
Solo se necesita observar quién se da por aludido cuando aparece el
letrero o se toma la medida precautoria con el fin de evitar que las
conductas non gratas vuelvan a aparecer.
El
intercambio de insultos no se hizo esperar. Se fueron plasmando
palabrotas y recordatorios de diez de mayo
en los mosaicos, que daban la impresión de que se iban a deshacer en
la próxima cubetada de jabón. A La Afanadora Constante
no le hacían mella esas cacallacas. Para saber con qué podía
espantar a un vecino, bastaba con recibir un amago. También sabía
que quien le reclamaba sus llamados de atención con esos letreros
era un tipo que andaba por el mundo con un tatuaje en la cara, ¡pero
que no quería destacar! Su escuela cundió entre los jóvenes, pero
se hizo notorio tiempo después de que pusiera en su ventana el
primer punto de su manual de remedios caseros para convivir con la
violencia y el terrorismo.
Fue una estrategia sencilla de urbanidad en condominio:
FÓRMULA
E.G.A.R.R., PARA VIVIR MEJOR:
Enójese
a gusto.
Grite
con calma.
Amenace
con tacto.
Rompa
madres u hocicos en silencio.
Recuerde
que todos tenemos derecho
a
dormir a pesar de las broncas de usted.
El
zafarrancho que interrumpió las pesadillas de todo mundo tuvo lugar
en la madrugada, exactamente diez horas antes de que apareciera este
nuevo aviso, y dio al traste con la buena imagen de la sobrina del
Empedernido Rey del País del Chipotle Vengador, por haber
sido encontrada en pleno clinch amoroso con una de las lesbianas que
vivían en el quinto piso. Desde entonces fue conocida como Lady
Manflower. Lo bueno es que su marido la había dejado unos meses
antes, pero tengo entendido que le tocó una parte de la infidelidad.
Quizá se haya ido sin saberlo. La golpiza comenzó a las cinco de la
mañana, cuando llegó La Última en Darse Cuenta de que le
Estaban Poniendo los Cuernos. Como si fuera el preso número nueve, sintió en su pecho el rencor. Segundos
antes, iba contenta pa su jacal. ¿Así es la vida?
–En
vecindad, sí. –contestó
el dragoncito, mientras daba un sorbo a su café. Transcurrió la
velada en esa agradable charla, al cabo de la cual, La
Afanadora Constante no
tuvo inconveniente en permitir que el animalito desempacara del
marsupio todo su equipaje. Al pequeño le gustaba la lectura y
comentaron algunos de los libros resucitados de la quemazón. Con el
paso de los días, la mujer se acostumbró a las conversaciones de
sobremesa conmigo y con su mascota, interlocutor, visita,
visión, ¡o ya no entiendo!
Una
de las diversiones favoritas del saurio era examinar los letreros que
se habían escrito en fechas recientes y que hacían, de las paredes
del edificio, un verdadero pasquín. Lo último que analizaron,
fue un mensaje que la diligente señora acababa de recibir en su
teléfono celular. No creyó que fuera a ofenderse el remitente si le
avisaba que había cometido algunas faltas de ortografía en el
letrero que puso a la entrada del edificio, para reclamar por las
habladurías en torno a Lady Manflower. Para ella, no había
nada ofensivo en decirle que ínfulas va sin hache y con acento en la
i, que bondad llevaba b de burro y voluntad era la de v de vaca, pero
el acabose era aquel recado en la pantalla: “JENTUSA SE ESCRIBE ASÍ
PORQUE LO DIGO YO, Y YA NO VOY A CONTESTAR TUS LOQUERAS.”
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