Delirios,
delitos y deleites
Uno
Sobre
el muerto, las coronas… y algunas flores también. Hay que buscarle
lo bonito a los recuerdos. El
Anciano que se Ostentaba como Dueño era
un hombre extremadamente flaco. Subía y bajaba escaleras con
la agilidad de un jovencito. La
Afanadora Constante conoció
al señor por teléfono, cuando llamó porque vio anunciado en el aviso oportuno
que allí se rentaba un cuarto. Una pequeña luz de esperanza brilló
cuando escuchó a través del auricular que si
usted me entrega dos rentas de depósito y la que va corriendo, firma
contrato y no le pido fiador, ni confesión, ni nada. Hacía
tres años de aquel suceso y La
Afanadora Constante miraba
con asombro. La gente bailando y divirtiéndose en grande, sin
importar que, ese mismo día por la mañana, se hubiera propalado la
noticia del deceso. Difícilmente aceptó que era ese, justamente, el
motivo de la fiesta. Nadie apreciaba al Anciano
y
ella misma tuvo motivos para aborrecerlo. Sin embargo, no sintió la
menor alegría, no pensó como sus vecinos y fue tan duramente
criticada que, una semana después, al llegar de su trabajo, encontró
que alguien forzó la puerta de su casa y sacó las pocas cosas de
valor que tenía. No era la primera vez que pasaba. Llegó a ser el
pan de cada día. En vida Del
Anciano, se
supo de una inquilina del tercer piso a la que le vaciaron el
departamento. Aquella
Señora de la Grasa Corporal, que
a veces contaba cosas, refirió que, ese día, El
Anciano estuvo
todo el tiempo en su balcón, como centinela. Era de aquellos que
mandan dañar a la gente cuando no les cae bien.
Al
vencimiento de su primer contrato, La
Afanadora fue
prevenida. El
Anciano trató
de recabar firmas para un escrito en donde solicitaría la
intervención del cuerpo de granaderos para echarla, diligencia que no llegó a prosperar, porque nadie le
firmó. Unos, porque no la conocían, y otros, porque tampoco la
detestaban lo suficiente como para desearle ese mal, y a otros,
simplemente, no se les dio la gana ayudar
al pinche vejete. El
caso es que El
Anciano que se Ostentaba como Dueño, no
siguió adelante por no contar con respaldo. Todo lo que hizo La
Afanadora para
ganarse tales violencias fue reportar un apagón. Así se supo que el
edificio tenía una conexión clandestina y, desde entonces, cada
bimestre llegaba la misma cuadrilla de trabajadores de la hoy extinta Luz y Fuerza a
cobrar su propina, para seguir guardando silencio respecto a que
nadie pagaba el suministro de electricidad.
Esa
fue la herencia que El
Anciano que se Ostentaba Como Dueño les
dejó a sus inquilinos, pues no con el sensible fallecimiento dejaron
de ir aquellos esbirros a recoger su tajada y seguir amagando, hasta
que La
Acarreadora de Chinches se
armó de valor para ir a denunciar a los malos servidores públicos.
Entonces les fue asignada una cuota mensual por concepto de consumos
ilícitos, pero también se les explicó que su situación mejoraría:
de ahí en adelante sus comprobantes de pago serían deducibles
de impuestos. Ni así pagaron.
Dos
Cuando
se ha pensado en el suicidio y no se
consigue, las ideas mortíferas permanecen y los problemas
emocionales se centran en cómo puede uno usar las tales ideas para
beneficiarse, en vista de que ya se ha fallado en el intento. Meterse
entre las patas de los caballos, para saber si patean, es indicativo
de tendencia suicida; pero, sin ello,
oficios como el de corresponsal de guerra no serían posibles. A
veces los humanos son suicidas potenciales, de
otro modo no se explica que se atrevan a recetarse lo primero que se
anuncia contra la gripe o gastritis,
cualquier bebida alcohólica o
energética y, mucho menos, que guarden
la medicina del año del caldo por si se
vuelven a enfermar, ¡y la ingieran, sin más ni más, cuando creen
necesitarla!
El
pequeño dragón exponía su perorata, que él llamaba conclusiones.
La Afanadora Constante, entre un escalón y otro, se
preguntaba dónde había dejado la jerga, para improvisar un tapón y
ponerle en el hocico al parlanchín que no la dejaba trapear. Más de
una vez la puso en predicamento; pues durante la jornada de la escoba
y el mechudo conversaban animadamente, pero los vecinos nada más
podían verla y oírla a ella. Él, astutamente, se volvía
imperceptible para los demás, pero no para mí, que tenía más que
claro su rechazo, así que me conformaba con verlo de lejos. Por
fortuna, mi vecina no siempre salía perjudicada, pues el hecho de
que la vieran arengando a las paredes, había espantado al
Representante Digno de la Erotomanía Tardía, que prefería
quedarse con las ganas de pellizcarle las nalgas. También cooperó
para poner en su lugar al Bull Terrier de Pacotilla, que bajó
las escaleras muy orondo, mentando madres para apantallarla y rozarle
el busto con el dorso de la mano; pero, al pasar por debajo del
peldaño estratégico, el dragoncito le dio una patada a la cubeta.
Además de bañado, el señor quedó con el mechudo de peluca. La
Afanadora, seria y respetuosa, bueno, en realidad conteniendo la
risa, le dijo que considerara la idea de usar bisoñé, pues le
favorecía bastante.
Hasta
unos días antes de que vinieran a llevarme, mi diversión favorita
fue seguir a la ilustre fregona, en su ilustre tarea de limpiar
escaleras, por eso pude saber muchas peripecias, como la de una tarde
veraniega, en que Lady Manflower y La Última en Darse
Cuenta de que le Estaban Poniendo los Cuernos, capitaneadas por
La Acarreadora de Chinches, fueron, con su cubetita
cada una, a donde estaban los botes en los que La Afanadora
Constante almacenaba agua, pero se llevaron un chasco; pues, al
quitar la tapa de uno de ellos, encontraron un letrero que decía:
¿POR
QUÉ SIEMPRE VIENES A MIS BOTES? ¿EN SERIO CREES QUE TIENES DERECHO
AL AGUA QUE YO ACARREO? ¡YA BÚSCATE UNA MADRE A QUIÉN CHINGAR!
Refunfuñaron
al destapar una tinaja tras otra y leer letreros por el estilo.
El
dragón, que no había perdido detalle y estaba doblado de risa por
la rabieta que hicieron, al acabar de carcajearse, suspiró, pero se
le salió una bocanada de fuego que dejó a las tres mujeres con unas
cabezas como si hubieran recibido un flamazo del boiler. Jamás se
hubieran dado cuenta, de no ser porque Don Mongelio se las
encontró en las escaleras. El hombre puso cara de asombro y preguntó
qué les había sucedido. Ellas no atinaron a decir algo, hasta que
pasaron por la puerta de La Ricachona de Aquí, que tenía un
espejo. Ahí pusieron el grito en el cielo, pero cerraron la boca.
Decir lo que fuera implicaba admitir que intentaron robar agua de
unas tinajas ajenas y no querían ser descubiertas, pues eran las
causantes de la ola de saqueos en los depósitos de toda la gente.
Además
de expresar sus disparates acerca del suicidio, el saurio de nuestro
corazón –de La Afanadora y mío– gustaba de hacer
travesuras, para que la gente viera que, quien limpiaba las escaleras
y le brindó alojamiento no era la única loca allí.
Un
día, El Empedernido Rey del País del Chipotle Vengador
se encontraba pintando un carro de blanco, pero tenía destapado un
bote de pintura roja. Nuestro pequeño travieso se echó un clavado,
se sacudió como perro y, no contento con salpicar al pintor, caminó
sobre el automóvil. Eso evitó una bronca a puñetazos. Su majestad
El Empedernido y Rumiel Pómez, su ayuda de cámara,
abrieron tremendos ojazos, porque nada más aparecían patitas rojas
en la carrocería impoluta. Rumiel quedó tan afectado que fue
derechito a la Iglesia a jurar que en un
año no iba a beber, pero ahí no paró la diablura. Terminó de
tocar fondo cuando el sacerdote
le quitó el letrero que tenía pegado atrás:
¡P
R E C A U C I Ó N!
Uso
obligatorio de mascarilla de oxígeno
cuando
la puerta esté abierta.
Las
paredes oyen… y hablan. De este modo, La Afanadora
Constante suele disfrutar uno de sus más caros placeres. Al
escuchar lo que dicen dentro de los departamentos, piensa que el amor
se da en maceta y que, para fomentar la amistad y la concordia, hay
que repartir besos de Judas, al cabo que
los romanos se consiguen en la Policía Montada
durante la Semana Santa. El resto
del año se pueden agarrar de caballito de batalla algunas
habladurías que han sacudido indolencias por un tiempo: ay, a
poco tú crees… fíjate que Fulana, Zutana y la viejilla… se
están cagando allá arriba… Endana se acuesta… y Maru nos dijo…
el Toño les cobra… Odricio, ni en cuenta… Imelda ya sabe… y en
su casa lo agarraron… el otro día pintaron… y Perengana también…
supiste que los del gas… es que se están escondiendo… otra vez
las brujerías… y el día de la tapazón… la neutralidad no
existe. Hay que integrarse al chisme. No dirá la verdad, pero
calienta bien y bonito. Haya o no haya Internet, las redes de
enfermación funcionan por el bien de todos, a fin de que los
miércoles sean de Ceniza; los viernes de Dolores; los sábados de Gloria
y los domingos, de Ramos. Quienes no
aceptan el cristianísimo beso Iscariote,
se llevan una de cal por lo que fue de arena, al fin y al cabo, lo
que conversan La Afanadora y el dragón, ¡también se filtra
por las paredes!
–Eso
fue una burla –dijo
el lagarto. –¿Cómo
un consumo ilícito va a ser deducible de impuestos? ¿En qué cabeza
cabe?
–Pues
en la de ellos –contestó La
Afanadora.
–Y
en la de ustedes. Son tan tontos que viven pendientes de lo que
pueden esperar del gobierno, ¡pero no se fijan en lo que pueden
esperar de sí mismos! –El
dragoncito brincó de su diván hasta el regazo de La
Afanadora–
¿No
te has puesto a pensar que la pobreza es torturante porque así se ha
fabricado? La suciedad, la escasez de agua y espacio, la fauna
nociva, son elementos conservados deliberadamente. A ningún gobierno
le conviene que los pobres tengan una vida llevadera, ¡y menos que
se acaben!
La
Afanadora
escuchaba atónita. El animalito pensaba mejor que ella y sus vecinos
juntos. En realidad se había acostumbrado a vivir con la sensación
de estar atrapada en una cárcel de juguete, pero en ese momento sus
pensamientos cobraban vivacidad. Ya en muchas ocasiones había
observado la forma de las escamas del reptil; pero, esta vez,
decidida, preguntó:
–¿Por
qué tienes signo de pesos y centavos en todo tu cuerpo?
–Porque
en mi piel se ha marcado la imagen de todos los afanes de la gente
–contestó el
saurio–, esta
es mi verdadera presencia, pero solo aquellos que han logrado asumir
su materialismo pueden verme tal cual.
–¿Quieres
decir que todo se reduce a dinero?
–No
es tan exacto considerarlo al pie de la letra, pero quien no es capaz
de contemplar que el dinero es como el agua, nunca sabrá qué
cantidad corresponde a cada cosa.
Era
la primera vez que alguien, frente a ella, decía eso. Nunca se le
había ocurrido contemplar al dinero como un recurso natural y hasta
con ciclo de vida: ¿cómo imaginarlo en estado líquido, sólido o
gaseoso? Aunque viéndolo bien, los bancos hablan del flujo de
divisas y, ¡vaya que la hacen de pedo cuando se atrasa uno en el
pago de algún crédito! Los lingotes de oro o plata y las Onzas Troy
o los centenarios, difícilmente podrían compararse con cubitos de
hielo, aunque hay gente que se ha quemado las manos viendo cómo se
derriten.
En
casa de La
Afanadora,
cuando era niña, el dinero era tema tabú al
grado de que ni ella ni su hermana fueron enseñadas a manejarlo.
Nadie la creyó capaz de exponerse, de darse mandarriazos con la
vida. Estaban más que seguros de que el freno que le habían puesto
disfrazado de valores iba a resultar. Su primer intento ya le había
costado tener un bebé que no deseaba. ¡Ni siquiera hubo chance de
ser novia del fulano! Daban por hecho que había doblado las manos,
pero se llevaron un chasco. El
cordón del rosario de miedos fue cortado y las cuentecitas rodaron
por el piso de la sala familiar. Tías, hermanos, abuelos y otros
miembros distinguidos resbalaron, cayeron y volviéronse a levantar.
Los anatemas rodaron
por el suelo y se escondieron debajo de los muebles en espera de que
los nuevos miembros, al crecer, se los traguen enteros: hoy
tenemos, mañana quién sabe… Así
como subimos, podemos bajar de nivel… Las
mujeres no tienen poderío económico a menos que se prostituyan…
Los
hombres tienen dinero, y son aceptables mientras lo tienen…
El
bienestar monetario depende de que haya un hombre en la casa, cuando
no lo hay, se cae en la miseria y no se sale de ahí…
Hay
que esconder el dinero… Nadie debe saber cuánto gana, ni una
misma… El
dinero es cosa de hombres, pero no te lo creas. Nada más lo tienes
que decir cuando estés ante otras mujeres… Haz tu guardado y
finge pobreza para que no te envidien… Tu
progreso económico jamás dependerá de ti, siempre habrá fuerzas
extrañas que te faciliten o te impidan el camino.
Hasta
que llegó a la vecindad pudo tener acceso a la bola de
supersticiones que albergaban sus familiares. Se dio cuenta de lo
absurdo de algunas de sus conductas, de que el dinero
uno lo olvida y no precisamente en algún monedero arrumbado. ¡Ya ni
se acordaba de todos esos billetes y monedas de transición de pesos
a pesos nuevos! Pero estaban ahí, la imagen reflejada en la sábana
que el dragón había extendido era clarísima. El animalito hacía
piruetas en el aire, de tal manera que se proyectara esa memoria
escrita en letras y efigies de oro, plata, alpaca, cobre, aluminio,
níquel… el dinero no es tan frío, muchos de los metales de que
está hecho son elementos químicos y tienen su símbolo en la Tabla Periódica. ¡Importa
mucho la vista en asuntos de dinero! Tanto billete y moneda juntos,
era un verdadero taco de ojo. La
Afanadora Constante
sintió nostalgia por las monedas heptagonales de diez pesos, los
“ojos
de gringa” del 68, los veintes de cobre con la Pirámide
del Sol, ¡los tostones grandotes con la efigie de Cuauhtémoc y su penacho
descomunal!
–¡Las
monedas bonitas no deberían desaparecer!– dijo La
Afanadora.
–Al
dinero le pasa lo mismo que al comediante
–contestó
el dragón–. Si
no es aceptado, tiene que dejar de circular. Moneda que sale, es
moneda que ya no vuelve, aunque sea de oro.
Las
imágenes de próceres de la historia desfilaban cronológicamente en
la rústica pantalla. De repente, La Afanadora estalló:
–¡Ahora
entiendo por qué no alcanza el dinero! ¿Qué tanto nos perjudica no
saber la verdad acerca de algunos personajes históricos, o conocerla
a medias, y además rendirles un homenaje que no sabemos si lo
merecen?
–¡Auuuch!
–se quejó el
dragón. Reparó en que su extinta cola había recobrado
centímetros–. ¡No
te vuelvas a lamentar! ¡Como me siga creciendo esta ancheta, me voy!
Para
no verse comprometida en un lance mayor, La
Afanadora Constante
desvió la conversación hacia los apodos que solemos ponerle al
dinero, palabras
que sugieren abrigo, escurrimiento y el desempeño de una función de
linterna no tan simbólica. La luz recorre una distancia de 300,000
kilómetros por segundo. Todos notan su presencia. Su ausencia es
oscuridad: uno de los miedos universales.
Qué maravilla que pudiéramos sentir que el dinero viene a nosotros
con la misma velocidad, porque sentimos que así de rápido se gasta,
y que tardamos años luz en
recuperarlo.
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