miércoles, 3 de octubre de 2012

Los nuevos señores, los nuevos villanos


V

Delirios, delitos y deleites

Uno
Sobre el muerto, las coronas… y algunas flores también. Hay que buscarle lo bonito a los recuerdos. El Anciano que se Ostentaba como Dueño era un hombre extremadamente  flaco. Subía y bajaba escaleras con la agilidad de un jovencito. La Afanadora Constante conoció al señor por teléfono, cuando llamó porque vio anunciado en el aviso oportuno que allí se rentaba un cuarto. Una pequeña luz de esperanza brilló cuando escuchó a través del auricular que si usted me entrega dos rentas de depósito y la que va corriendo, firma contrato y no le pido fiador, ni confesión, ni nada. Hacía tres años de aquel suceso y La Afanadora Constante miraba con asombro. La gente bailando y divirtiéndose en grande, sin importar que, ese mismo día por la mañana, se hubiera propalado la noticia del deceso. Difícilmente aceptó que era ese, justamente, el motivo de la fiesta. Nadie apreciaba al Anciano y ella misma tuvo motivos para aborrecerlo. Sin embargo, no sintió la menor alegría, no pensó como sus vecinos y fue tan duramente criticada que, una semana después, al llegar de su trabajo, encontró que alguien forzó la puerta de su casa y sacó las pocas cosas de valor que tenía. No era la primera vez que pasaba. Llegó a ser el pan de cada día. En vida  Del Anciano, se supo de una inquilina del tercer piso a la que le vaciaron el departamento. Aquella Señora de la Grasa Corporal, que a veces contaba cosas, refirió que, ese día, El Anciano estuvo todo el tiempo en su balcón, como centinela. Era de aquellos que mandan dañar a la gente cuando no les cae bien.

Al vencimiento de su primer contrato, La Afanadora fue prevenida. El Anciano trató de recabar firmas para un escrito en donde solicitaría la intervención del cuerpo de granaderos para echarla, diligencia que no llegó a prosperar, porque nadie le firmó. Unos, porque no la conocían, y otros, porque tampoco la detestaban lo suficiente como para desearle ese mal, y a otros, simplemente, no se les dio la gana ayudar al pinche vejete. El caso es que El Anciano que se Ostentaba como Dueño, no siguió adelante por no contar con respaldo. Todo lo que hizo La Afanadora para ganarse tales violencias fue reportar un apagón. Así se supo que el edificio tenía una conexión clandestina y, desde entonces, cada bimestre llegaba la misma cuadrilla de trabajadores de la hoy extinta Luz y Fuerza a cobrar su propina, para seguir guardando silencio respecto a que nadie pagaba el suministro de electricidad.



Esa fue la herencia que El Anciano que se Ostentaba Como Dueño les dejó a sus inquilinos, pues no con el sensible fallecimiento dejaron de ir aquellos esbirros a recoger su tajada y seguir amagando, hasta que La Acarreadora de Chinches se armó de valor para ir a denunciar a los malos servidores públicos. Entonces les fue asignada una cuota mensual por concepto de consumos ilícitos, pero también se les explicó que su situación mejoraría: de ahí en adelante sus comprobantes de pago serían deducibles de impuestos. Ni así pagaron.


Dos
Cuando se ha pensado en el suicidio y no se consigue, las ideas mortíferas permanecen y los problemas emocionales se centran en cómo puede uno usar las tales ideas para beneficiarse, en vista de que ya se ha fallado en el intento. Meterse entre las patas de los caballos, para saber si patean, es indicativo de tendencia suicida; pero, sin ello, oficios como el de corresponsal de guerra no serían posibles. A veces los humanos son suicidas potenciales, de otro modo no se explica que se atrevan a recetarse lo primero que se anuncia contra la gripe o gastritis, cualquier bebida alcohólica o energética y, mucho menos, que guarden la medicina del año del caldo por si se vuelven a enfermar, ¡y la ingieran, sin más ni más, cuando creen necesitarla!

El pequeño dragón exponía su perorata, que él llamaba conclusiones. La Afanadora Constante, entre un escalón y otro, se preguntaba dónde había dejado la jerga, para improvisar un tapón y ponerle en el hocico al parlanchín que no la dejaba trapear. Más de una vez la puso en predicamento; pues durante la jornada de la escoba y el mechudo conversaban animadamente, pero los vecinos nada más podían verla y oírla a ella. Él, astutamente, se volvía imperceptible para los demás, pero no para mí, que tenía más que claro su rechazo, así que me conformaba con verlo de lejos. Por fortuna, mi vecina no siempre salía perjudicada, pues el hecho de que la vieran arengando a las paredes, había espantado al Representante Digno de la Erotomanía Tardía, que prefería quedarse con las ganas de pellizcarle las nalgas. También cooperó para poner en su lugar al Bull Terrier de Pacotilla, que bajó las escaleras muy orondo, mentando madres para apantallarla y rozarle el busto con el dorso de la mano; pero, al pasar por debajo del peldaño estratégico, el dragoncito le dio una patada a la cubeta. Además de bañado, el señor quedó con el mechudo de peluca. La Afanadora, seria y respetuosa, bueno, en realidad conteniendo la risa, le dijo que considerara la idea de usar bisoñé, pues le favorecía bastante.


Hasta unos días antes de que vinieran a llevarme, mi diversión favorita fue seguir a la ilustre fregona, en su ilustre tarea de limpiar escaleras, por eso pude saber muchas peripecias, como la de una tarde veraniega, en que Lady Manflower y La Última en Darse Cuenta de que le Estaban Poniendo los Cuernos, capitaneadas por La Acarreadora de Chinches, fueron, con su cubetita cada una, a donde estaban los botes en los que La Afanadora Constante almacenaba agua, pero se llevaron un chasco; pues, al quitar la tapa de uno de ellos, encontraron un letrero que decía:

¿POR QUÉ SIEMPRE VIENES A MIS BOTES? ¿EN SERIO CREES QUE TIENES DERECHO AL AGUA QUE YO ACARREO? ¡YA BÚSCATE UNA MADRE A QUIÉN CHINGAR!

Refunfuñaron al destapar una tinaja tras otra y leer letreros por el estilo.

El dragón, que no había perdido detalle y estaba doblado de risa por la rabieta que hicieron, al acabar de carcajearse, suspiró, pero se le salió una bocanada de fuego que dejó a las tres mujeres con unas cabezas como si hubieran recibido un flamazo del boiler. Jamás se hubieran dado cuenta, de no ser porque Don Mongelio se las encontró en las escaleras. El hombre puso cara de asombro y preguntó qué les había sucedido. Ellas no atinaron a decir algo, hasta que pasaron por la puerta de La Ricachona de Aquí, que tenía un espejo. Ahí pusieron el grito en el cielo, pero cerraron la boca. Decir lo que fuera implicaba admitir que intentaron robar agua de unas tinajas ajenas y no querían ser descubiertas, pues eran las causantes de la ola de saqueos en los depósitos de toda la gente.
        
Además de expresar sus disparates acerca del suicidio, el saurio de nuestro corazón –de La Afanadora y mío– gustaba de hacer travesuras, para que la gente viera que, quien limpiaba las escaleras y le brindó alojamiento no era la única loca allí.
        
Un día, El Empedernido Rey del País del Chipotle Vengador se encontraba pintando un carro de blanco, pero tenía destapado un bote de pintura roja. Nuestro pequeño travieso se echó un clavado, se sacudió como perro y, no contento con salpicar al pintor, caminó sobre el automóvil. Eso evitó una bronca a puñetazos. Su majestad El Empedernido y Rumiel Pómez, su ayuda de cámara, abrieron tremendos ojazos, porque nada más aparecían patitas rojas en la carrocería impoluta. Rumiel quedó tan afectado que fue derechito a la Iglesia a jurar que en un año no iba a beber, pero ahí no paró la diablura. Terminó de tocar fondo cuando el sacerdote le quitó el letrero que tenía pegado atrás:

¡P R E C A U C I Ó N!
Uso obligatorio de mascarilla de oxígeno
cuando la puerta esté abierta.

Las paredes oyen… y hablan. De este modo, La Afanadora Constante suele disfrutar uno de sus más caros placeres. Al escuchar lo que dicen dentro de los departamentos, piensa que el amor se da en maceta y que, para fomentar la amistad y la concordia, hay que repartir besos de Judas, al cabo que los romanos se consiguen en la Policía Montada durante la Semana Santa. El resto del año se pueden agarrar de caballito de batalla algunas habladurías que han sacudido indolencias por un tiempo: ay, a poco tú crees… fíjate que Fulana, Zutana y la viejilla… se están cagando allá arriba… Endana se acuesta… y Maru nos dijo… el Toño les cobra… Odricio, ni en cuenta… Imelda ya sabe… y en su casa lo agarraron… el otro día pintaron… y Perengana también… supiste que los del gas… es que se están escondiendo… otra vez las brujerías… y el día de la tapazón… la neutralidad no existe. Hay que integrarse al chisme. No dirá la verdad, pero calienta bien y bonito. Haya o no haya Internet, las redes de enfermación funcionan por el bien de todos, a fin de que los miércoles sean de Ceniza; los viernes de Dolores; los sábados de Gloria y los domingos, de Ramos. Quienes no aceptan el cristianísimo beso Iscariote, se llevan una de cal por lo que fue de arena, al fin y al cabo, lo que conversan La Afanadora y el dragón, ¡también se filtra por las paredes!



Eso fue una burladijo el lagarto. –¿Cómo un consumo ilícito va a ser deducible de impuestos? ¿En qué cabeza cabe?

Pues en la de ellos –contestó La Afanadora.

Y en la de ustedes. Son tan tontos que viven pendientes de lo que pueden esperar del gobierno, ¡pero no se fijan en lo que pueden esperar de sí mismos!El dragoncito brincó de su diván hasta el regazo de La Afanadora– ¿No te has puesto a pensar que la pobreza es torturante porque así se ha fabricado? La suciedad, la escasez de agua y espacio, la fauna nociva, son elementos conservados deliberadamente. A ningún gobierno le conviene que los pobres tengan una vida llevadera, ¡y menos que se acaben!
        
La Afanadora escuchaba atónita. El animalito pensaba mejor que ella y sus vecinos juntos. En realidad se había acostumbrado a vivir con la sensación de estar atrapada en una cárcel de juguete, pero en ese momento sus pensamientos cobraban vivacidad.  Ya en muchas ocasiones había observado la forma de las escamas del reptil; pero, esta vez, decidida, preguntó:

¿Por qué tienes signo de pesos y centavos en todo tu cuerpo?

Porque en mi piel se ha marcado la imagen de todos los afanes de la gentecontestó el saurio–, esta es mi verdadera presencia, pero solo aquellos que han logrado asumir su materialismo pueden verme tal cual.

¿Quieres decir que todo se reduce a dinero?

No es tan exacto considerarlo al pie de la letra, pero quien no es capaz de contemplar que el dinero es como el agua, nunca sabrá qué cantidad corresponde a cada cosa.
        
Era la primera vez que alguien, frente a ella, decía eso. Nunca se le había ocurrido contemplar al dinero como un recurso natural y hasta con ciclo de vida: ¿cómo imaginarlo en estado líquido, sólido o gaseoso? Aunque viéndolo bien, los bancos hablan del flujo de divisas y, ¡vaya que la hacen de pedo cuando se atrasa uno en el pago de algún crédito! Los lingotes de oro o plata y las Onzas Troy o los centenarios, difícilmente podrían compararse con cubitos de hielo, aunque hay gente que se ha quemado las manos viendo cómo se derriten.


        
En casa de La Afanadora, cuando era niña, el dinero era tema tabú al grado de que ni ella ni su hermana fueron enseñadas a manejarlo. Nadie la creyó capaz de exponerse, de darse mandarriazos con la vida. Estaban más que seguros de que el freno que le habían puesto disfrazado de valores iba a resultar. Su primer intento ya le había costado tener un bebé que no deseaba. ¡Ni siquiera hubo chance de ser novia del fulano! Daban por hecho que había doblado las manos, pero se llevaron un chasco. El cordón del rosario de miedos fue cortado y las cuentecitas rodaron por el piso de la sala familiar. Tías, hermanos, abuelos y otros miembros distinguidos resbalaron, cayeron y volviéronse a levantar. Los anatemas rodaron por el suelo y se escondieron debajo de los muebles en espera de que los nuevos miembros, al crecer, se los traguen enteros: hoy tenemos, mañana quién sabe… Así como subimos, podemos bajar de nivel… Las mujeres no tienen poderío económico a menos que se prostituyan… Los hombres tienen dinero, y son aceptables mientras lo tienen… El bienestar monetario depende de que haya un hombre en la casa, cuando no lo hay, se cae en la miseria y no se sale de ahí… Hay que esconder el dinero… Nadie debe saber cuánto gana, ni una misma… El dinero es cosa de hombres, pero no te lo creas. Nada más lo tienes que decir cuando estés  ante otras mujeres… Haz tu guardado y finge pobreza para que no te envidien… Tu progreso económico jamás dependerá de ti, siempre habrá fuerzas extrañas que te faciliten o te impidan el camino.

Hasta que llegó a la vecindad pudo tener acceso a la bola de supersticiones que albergaban sus familiares. Se dio cuenta de lo absurdo de algunas de sus conductas, de que el dinero uno lo olvida y no precisamente en algún monedero arrumbado. ¡Ya ni se acordaba de todos esos billetes y monedas de transición de pesos a pesos nuevos! Pero estaban ahí, la imagen reflejada en la sábana que el dragón había extendido era clarísima. El animalito hacía piruetas en el aire, de tal manera que se proyectara esa memoria escrita en letras y efigies de oro, plata, alpaca, cobre, aluminio, níquel… el dinero no es tan frío, muchos de los metales de que está hecho son elementos químicos y tienen su símbolo en la Tabla Periódica. ¡Importa mucho la vista en asuntos de dinero! Tanto billete y moneda juntos, era un verdadero taco de ojo. La Afanadora Constante sintió nostalgia por las monedas heptagonales de diez pesos, los “ojos de gringa” del 68, los veintes de cobre con la Pirámide del Sol, ¡los tostones grandotes con la efigie de Cuauhtémoc y su penacho descomunal!

¡Las monedas bonitas no deberían desaparecer!– dijo La Afanadora.

Al dinero le pasa lo mismo que al comediantecontestó el dragón–. Si no es aceptado, tiene que dejar de circular. Moneda que sale, es moneda que ya no vuelve,  aunque sea de oro.
        
Las imágenes de próceres de la historia desfilaban cronológicamente en la rústica pantalla. De repente, La Afanadora  estalló:

¡Ahora entiendo por qué no alcanza el dinero! ¿Qué tanto nos perjudica no saber la verdad acerca de algunos personajes históricos, o conocerla a medias, y además rendirles un homenaje que no sabemos si lo merecen?

¡Auuuch!se quejó el dragón. Reparó en que su extinta cola había recobrado centímetros–. ¡No te vuelvas a lamentar! ¡Como me siga creciendo esta ancheta, me voy!
        
Para no verse comprometida en un lance mayor, La Afanadora Constante desvió la conversación hacia los apodos que solemos ponerle al dinero, palabras que sugieren abrigo, escurrimiento y el desempeño de una función de linterna no tan simbólica. La luz recorre una distancia de 300,000 kilómetros por segundo. Todos notan su presencia. Su ausencia es oscuridad: uno de los miedos universales. Qué maravilla que pudiéramos sentir que el dinero viene a nosotros con la misma velocidad, porque sentimos que así de rápido se gasta, y que tardamos años luz en recuperarlo.






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