martes, 6 de noviembre de 2012

Los nuevos señores, los nuevos villanos


IX
Fiestecitas al chas, chas

En este edificio los escándalos se cuelan como cucarachas y si Dios tiene a bien escuchar algunas plegarias, las preferencias en materia de radio y televisión se imponen sobre gritos y sombrerazos. A veces, los habitantes son como niños: si alguien llora en una casa, todos rompen a llorar. Entonces puede contemplarse la pobreza como un caleidoscopio que muy bien supera en atractivo a la cara de Frankestein.

Una semana después de la asamblea, tuvo lugar el evento que sería más apropiado llamar bataclán y menos apropiado llamar desmadre:

En la calle, la gente boquiabierta. Se estrellaban a sus pies toda clase de implementos de cuidado personal: chanclas, pijamas, calzones, toallas, rasuradora eléctrica... el asunto empezó a ponerse feo cuando apareció una bacinica (afortunadamente sin contenido), seguida de tres cacerolas y un horno de microondas. Poco faltó para que llegara, muy obediente con la gravedad, una televisión.

Pero eso no era lo llamativo. El verdadero espectáculo estaba a cargo de La Vecina de Todos Ustedes, Menos Mía. Presa de un súbito frenesí, ejecutaba una danza contemporánea de la lluvia, por ver si del cielo caía su estéreo. Nadie salió. Todos estaban absortos en ver las barbas de su vecino pelar. Luego entonces, acarreaban con diligencia el agua, sin ver gotear.

Otros, simplemente, estaban inmersos en derribar un muro a marchas forzadas, aunque no fuera el de Jericó ni mucho menos el de Berlín. Bastaba, sobraba y alcanzaba con que fuera la pared que señala en dónde acaba un espacio para pasar a casa del vecino ausente, para romper la barrera que impide tener más aire, más holgura, más libertad.  



Las féminas de la vecindad, igual que las de clases sociales más favorecidas, rigen sus vidas por dos obsesiones: que toda la gente crea que son buenas y adelgazar. Por lo mismo, se ponen metas que sólo Dios, si es que existe, sabe para qué: encontrar la diferencia entre mujer, monjer y brujer; determinar quién de ellas deambula con más garbo por la azotea, pasillos y otras áreas comunes, como si esos lugares fueran la pasarela de Otumba,* pretenden desarrollar poderes psíquicos para conectarse con el flautista de Hammelin** e hipnotizar a las ratas de dos y de cuatro patas en cualquier circunstancia: con flauta, sin flauta y a pesar de la flauta. Hacen venta y remate de mercaderías insólitas con desplantes de reina, delirios de grandeza y patentes para fabricar amenazas con la fuerza del uso y la costumbre. La que no se cree Inmaculada Concepción, se comporta como una de las once mil vírgenes y resulta una simple señorita con chamacos.

La única de todas que no se ocupaba en esos quehaceres era Lady Manflower. Era ella quien echaba su casa por la ventana, y si su padre y hermanos no salen huyendo por las escaleras, también hubieran caído en lo duro. De hecho, estaba harta de que sus familiares pusieran el estéreo a todo volumen, como si estuvieran ofreciendo un alquiler de equipo de sonido, para amenizar tertulias estilo congal; pero, más bien, esa fue la gota que derramó el vaso.

A raíz del escándalo con las lesbianas, éstas habían tenido que huir del edificio y milady, con su gente, se apropió del departamento que dejaron; pero ni así se pudo quitar los reproches que le hacían su padre y hermanos cuando se atrevía a decir que estaba cansada. Si quería medirse con los hombres hasta el punto de acostarse con una mujer, tendría que ser igual de resistente que ellos, además de buena proveedora. Con ese pretexto, ninguno de sus familiares trabajaba y el que lo hacía, se guardaba muy bien de decir que tenía dinero. Eso, sin contar las veces que había ido la policía por dos de sus hermanos y los irigotes que se provocaban para esconderlos, negarlos o despistar a los policías. En realidad quisieron orillarla a que se fuera, pero el plomazo les salió por la culata y ellos resultaron corridos.

El pleito fue interrumpido por un grito desgarrador: ¡AAAAAYYYY, MI CUUUUULOOOOO!

La Afanadora Constante recogió su cubeta y el mechudo. Estuvo a punto de montarse en la escoba, despavorida. La Suprema Reina de la Muleta Ficticia, también cagada del susto, le gritó que no la dejara sola. Entonces no me quedó más remedio que levantarla en vilo. A la señora se le acabó de aflojar el mastique, pero no dejó de mover brazos y piernas hasta que la deposité, con suavidad, frente a la puerta de su casa.


Ese aullido que pusiera a correr a las vecinas, era señal inequívoca de que  Ardelina Borregán no se encontraba gozando de la compañía de su novio, tipo dedicado a vender y consumir alcohol y mariguana, que cuando no la golpeaba, se la cogía con todo, menos con lo adecuado. Ellos dos integraban la familia más sonada del edificio por los guamazos que intercambiaban y las idas a la delegación, para después acabar en reconciliaciones que bien poco tenían de erótico y menos aún de romántico.

Al señorcito le dio por experimentar diversas formas de placer con los objetos más inusuales; entonces, Ardelina Borregán  ya no sabía si era mejor un orgasmo provocado con el palo de una escoba o si le apetecía más que la masturbaran con un zapato. Y es así: masturbaran y ellos. Las reuniones que el galán organizaba en esa casa, eran más bien un swinger al chingadazo.

Todo empezó un día en que el caballero llegó de improviso a buscar a su dama y la encontró platicando con una ex compañera de trabajo que estaba ahí de visita. El hombre montó en cólera por no encontrar a la señora de la casa a su entera disposición, pero en lugar de agarrarla a cachetadas, como era su costumbre, optó por entablar una charla más o menos cordial y pedirle a la anfitriona que saliera a comprar refrescos.

Al regresar, Ardelina y su amiga se encontraron con que ya las esperaba el tipejo con otros dos compinches. Se sirvieron las cubas y los jaiboles, circularon las botanas y las conversaciones tontas, hasta que nadie supo ni cómo, pero el galán de la anfitriona y uno de los gandules, manoseaban a la visita.

Más que el inicio de una orgía, aquello se asemejaba a una reunión de caciques para ponerse de acuerdo en la división de un territorio: de la cintura hacia abajo.., o no, mejor de derecha a izquierda.., ¡pero yo llegué primero!

El otro compinche empezó a besar a Ardelina en la nuca. El último arresto que tuvo la visita para esquivar las caricias, fue definitivamente apagado con un puñetazo.

En esa forma quedó establecido el patrón de organizar reuniones cada semana, y, cuando se dio cuenta la infeliz anfitriona, su hombre estaba viviendo ahí; no le permitía comer otra cosa que no fuera granola y dormían en el suelo porque su galán la convenció de que eso es mejor que una cama, que los muebles son un estorbo y en pocas semanas quedó convertida en chiquero la que había sido una vivienda que reflejaba felicidad.



Como el amor suele perdonarlo todo, Ardelina vivía orgullosa de compartir su vida con el Ginecólogo Astral, quien decía, displicente, que esa era su nueva profesión, que a ello dedicaría su vida cuando dejara el alcohol y las drogas en un futuro próximo. Por lo pronto, sus ocupaciones eran torturar a su novia o derrengarla a madrazos, o bien salir a hacer patrañas con la misma metralleta de juguete con la que asustó a La Afanadora  Constante.

Según él, era tan exigente que buscaba en una mujer la inteligencia de Madame Curie, la espiritualidad de Teresa de Calcuta, la lucidez de Simone de Beauvoir, la belleza de Marilyn Monroe y la cachondez de Xaviera Hollander. Luego entonces, nadie se explicaba qué le pudo haber visto a la señorita Borregán que había demostrado, hasta el cansancio, que era ciega, sorda y muda, pero no como Hellen Keller.

Afuera, la bola de gente ya era considerable porque La Vecina de Todos Ustedes Menos Mía suspendió bruscamente su baile. Estaba desmayada en el pavimento. La causa, una maceta que Lady Manflower aventó desde su balcón para terminar de una vez por todas con la descarga de la furia que le provocaron su padre y hermanos, que, ya en la calle, no supieron si recoger sus pertenencias, ayudar a la caída o abrirse paso entre los curiosos y echarse a correr.

Casi inmediatamente después de ellos, salió Ardelina Borregán. Iba dejando un rastro de sangre. La perseguía su gañancito, que mejor se fue a esconder detrás de los tambos de basura, cuando vio que llegaba una ambulancia y escuchó las sirenas de las patrullas.

El gran descuaje empezó cuando los paramédicos no supieron si llevarse a La Vecina de Todos Ustedes o cargar con Ardelina, que ya parecía hoja de papel por toda la sangre que había perdido. A punta de amenazarla con negarle atención médica si no decía cómo se hizo la hemorragia, lograron los policías que la bovina mujer denunciara a su amante.

El padre de Lady Manflower de inmediato balconeó a su hija para aclarar lo de la desmayada, se pidieron refuerzos para entrar a buscar a don patán y a milady y se peinó la zona sin éxito.
        
Los perseguidos habían escapado. Todos estaban distraídos, culpándose unos a otros. Había, entre los curiosos, quienes le echaron el ojo a las cacerolas abolladas que momentos antes navegaban en el aire. Al intentar alguien de ellos agarrarlas, un hermano de Lady Manflower, que era mejor conocido como El Tapón de Alberca debido a su chaparrez, enfrentó a la gente. Como no fue apoyado, los aprendices de rata se le fueron con todo, como si obedecieran a una fuerza extraña que los impulsaba a pelearse. Como si le hicieran, entre todos, reclamos a la vida por no estar en un lugar y en un momento mejor.

Todos olvidaron que El Tapón de Alberca era líder de los chavos de la cuadra porque sabía boxear y en las tardes, si no llovía, se ponían allí en la calle a improvisar un ring. Nadie de sus pupilos apareció. Mandó al suelo al primero que lo atacó, pero nada pudo hacer contra la turba que llegó inmediatamente después.

Un alud de recuerdos le cayó y volvieron a salir los hematomas del alma: su padre, que le decía: “vas a ser un pinche boxeador enano, ya estás descalificado, nomás vas a alcanzar los huevos de tu contrincante, nunca vas a ganar”. Su hermana, resentida por no ser hombre, lo golpeó varias veces por la espalda, para después gritarle que no servía ni para un tongo. Y esa palabra, “tongo”, resonó con cada puntapié recibido ahí, en el suelo, ensangrentado. Hecho ovillo, aún tuvo tiempo de contemplar la cara del réferi: “¡Ya déjate, no te levantes, déjate ya!”. El rictus de dureza desapareció. También la vocinglería y las sirenas de la ambulancia. Todo, todo se fue. Hasta la última oportunidad de una pelea profesional.  



*En un pueblo del estado de México llamado Otumba, se celebra cada primero de mayo la Feria del Burro. En ella los jumentos desfilan adornados con flores, vestidos de papel u otros materiales y se les ponen nombres chuscos. Esto es aprovechado para hacer mofa de algunos personajes públicos: funcionarios, artistas, comunicadores, etc.

**Corría el año 1284 y la ciudad de Hamelin, en Alemania, hervía de ratas. Apareció un desconocido que ofreció a la gente sus servicios para acabar con la plaga a cambio de una recompensa. Los habitantes se comprometieron a pagarla. Entonces, el hombre comenzó a tocar una flauta que llevaba consigo y los roedores, encantados con la música, lo siguieron hasta el río Weser, donde murieron ahogados. Una vez resuelto el problema, los habitantes de Hamelin se negaron a dar lo pactado. El músico, enojado, se fue y volvió un tiempo después. Aprovechó la fiesta de los santos Pedro y Pablo. Con su música llamó a los niños, a quienes condujo a una cueva de donde nunca pudieron salir. Esta leyenda fue documentada por los hermanos Grimm, quienes le dieron final feliz, y por el poeta inglés Robert Browning.
 

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